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Gay de Liébana: El sueño de emprender

España es tierra de emprendedores, de vocaciones empresariales, de empuje e iniciativas… Pese a que nuestro aparato público no mime, como merece, a quienes son capaces de construir nuestra economía. Demasiadas trabas, obstáculos por doquier que ir salvando, acosos tributarios, leyes excesivas e inextricables, burocracias interminables, trámites seculares… Y pese a todo ello, la llama […]

España es tierra de emprendedores, de vocaciones empresariales, de empuje e iniciativas…

Pese a que nuestro aparato público no mime, como merece, a quienes son capaces de construir nuestra economía. Demasiadas trabas, obstáculos por doquier que ir salvando, acosos tributarios, leyes excesivas e inextricables, burocracias interminables, trámites seculares… Y pese a todo ello, la llama del emprendimiento sigue estando viva entre buena parte de los españoles. Lo veo y lo constato con esos jóvenes universitarios con garra que ya en el tramo final de sus carreras o igual cuando cursan el correspondiente máster, ponen en común sus ideas, intereses y recursos financieros para lanzarse a alguna aventura empresarial.

Y digo aventura porque unas salen bien, otras regular y bastantes, mal. En este país, tenemos un defecto deleznable: cuando alguien fracasa en un proyecto empresarial, queda como un apestado y su currículum manchado.

¡Qué diferente es en el contexto empresarial la cultura norteamericana!

Allí, un empresario que fracase y que después renazca de sus cenizas, constituye todo un referente. El genio inolvidable de Steve Jobs encarna perfectamente esos valores. En sus peores momentos, fue Bill Gates quien le echó una ayuda financiera por varios millones de dólares y para que Apple resurgiera acordó con Steve compatibilizar software. Y Steve Jobs marcó la esplendorosa hoja de ruta de una Apple sufridora y que con el paso de los años sería la primera empresa en romper la barrera mítica del billón de dólares de capitalización bursátil en Wall Street.

España tiene empresarios de prestancia, algunos muy conocidos, otros de los que hemos oído hablar y legiones de grandísimos empresarios anónimos, desconocidos, Y uno tiene la suerte de cruzarse a menudo con hombres y mujeres que tienen las ideas claras y saben marcar rumbos empresariales exitosos.

Unos están muy preparados, acumulan formación universitaria, masters y estudios de postgrado. Otros, formación básica e instinto empresarial muy agudizado. Unos terceros, tal vez carezcan de una preparación cualificada y sin embargo atesoran una facilidad excepcional para saber desarrollar negocios.

Son gente que, en todo caso, se rodean de estrechos colaboradores, de expertos, que buscan consejo y ávidos de aprender, de estar al día, de actualizarse, pero sobre todo son capaces de enfrentarse a nuevos retos, de construir piezas empresariales que saben encajar a partir de esos sueños que durante su vida han acariciado.

El mérito de muchos de estos empresarios es que ante los más o menos devastadores efectos de la crisis que aún perdura entre nosotros, han sabido reaccionar, plantando cara a los malos tiempos y sabiendo descubrir, en plena adversidad, nuevas oportunidades para encarar el camino que seguir. Empresarios que igual han transformado su negocio tradicional y han abrazado las nuevas tecnologías, que han robotizado y automatizado sus líneas de producción, que han sabido sacar provecho de la comunión entre la sapiencia y experiencia de los veteranos con la frescura e ímpetu de los jóvenes en el ámbito de la empresa familiar.

Empresarios que igual han abierto nuevos mercados, más o menos lejanos, y han actuado como los nuevos descubridores en busca de otros mundos, abriéndose a los mercados internacionales y adaptándose a las circunstancias imperantes en cada nuevo lugar por el que asoman.

Nuestras empresas son el motor de la economía española, las que marcan el paso, las que la hacen grande.

Unas son enormes conglomerados nacidos a partir de una pequeña iniciativa; otras, medianas y brillantemente gestionadas; muchas, pequeñas, aunque con empuje singular. Detrás de esas empresas, hay personas, emprendedores, empresarios, que han sabido forjar, contra viento y marea, realidades económicas, cada una con su ADN, con su cultura empresarial, con sus peculiaridades, aglutinando voluntades, poniendo empeño. Bastantes son las empresas que paso a paso van creciendo. Las disyuntivas del crecimiento se mueven sobre un tablero de ajedrez. ¿Cómo crecer?

En todo caso, nuestros empresarios, en tiempos difíciles y ante un entorno entre exigente y delicado, se convierten en una especie de héroes, a veces incomprendidos, pero a quienes en todo momento hay que reconocerles su trascendental papel en pro de nuestra sociedad. Son ellos quienes alimentan el sueño de emprender que, en mayor o menor medida, cristaliza en realidades empresariales.

Empero, uno tiene la convicción de que ni nuestras empresas ni nuestros empresarios gozan del reconocimiento general que se les debería tributar. Tal vez sea que aún se conserva en nuestro fuero interno la atávica, trasnochada y errónea concepción de que el empresario es un ser sin escrúpulos que explota a sus semejantes. Realmente, quienes así piensen están absolutamente alejados del mundo real de la empresa y denotan una deformación supina sobre la relevancia de la clase empresarial, que a fin de cuentas es la que conduce el tren de la economía española, estación a estación, en busca de nuevos destinos que permitan escalar posiciones en el concierto internacional.

Sin nuestros empresarios y su valentía sería muy complicado poder remar por los mares de la crisis o, mejor dicho, del nuevo escenario económico que se impone marcado por un estancamiento secular, donde transformarse es vital para seguir nadando hasta la orilla. El mérito adicional es que todo ese esfuerzo de nuestros héroes es a pesar y, con frecuencia, en contra de nuestra Administración. Son, a la postre, nuestros empresarios el armamento más sólido con el que contamos para plantarle cara a la nueva crisis incipiente que se atisba por el mundo occidental, esa desaceleración que va invadiendo una Europa anquilosada, perezosa, falta de liderazgos, rutinaria, aburguesada, anclada en reivindicar sus derechos, pero sin ponerle garbo económico, con una ola de debilitamiento que avanza imparable por el mundo occidental.

Así que visto lo que hay y observando el panorama político, la confianza en nuestros empresarios se redobla porque algo está meridianamente claro: serán ellos quienes nos saquen de la crisis en la que estamos y a la que seguiremos atados.

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